01 febrero 2008

Bajo el Arco de Constantino Pasa el Hermano de Aida

Esta nota sacada del "baúl de los recuerdos", fué editada por la Revista "El Gráfico" en su numero 3000 en Abril del año 1977; donde hacían un repaso por sus notas mas destacadas de los 58 años que llevaban en el medio......había una recopilación de notas de Grandes Hazañas deportivas y entre ellas esta que tiene que ver con la conquista de la Medalla de Oro por Abebe Bikila en Roma 1960.
Espero que la disfruten.

Bajo El Arco de Constantino Pasa el Hermano de Aida


Por BRUNO ROGHI del "Corriere dello Sport",de Italia




Domine, quo vadis?”
A tres kilómetros de distancia del arco de Constantino, en plena Appia Antigua, los maratonistas transitan por el lugar donde el Apóstol Pedro, en fuga de Roma por miedo a ser crucificado, encontró a Jesús.”Domine, ¿quo vadis?”, pregunto el Discípulo al maestro. “A Roma para hacerme crucificar por segunda vez”, respondió Jesús. Y Pedro volvió entonces tras sus pasos y fue al encuentro de su suplicio.Yo no sé si alguno de los maratonistas Olímpicos ha leído el famoso romance titulado “ Quo vadis”. Pero su eco, cuando la prueba estaba terminando, repercutió en ánimo con un valor simbólico que pide indulgencia al lector por su significado pagano.
¿Qué fuerza te empuja, qué milagro te atrae, qué premio te promete esta maratón con sus cuarenta extenuantes kilómetros de carrera? Estas preguntas se las formule a ese joven de ébano, con una dentadura deslumbrante, que no quiere saber nada de detenerse después de haber traspuesto la línea de llegada y que sigue corriendo más allá de l arco de Constantino. Se llama Abebe Bikila, es Etíope, tiene veinte años y ha ganado corriendo descalzo la Maratón de Roma: entre el asombro maravillado de los entendidos y la diversión enloquecida de los humoristas.

La ganó así, simplemente. Salió entre los primeros. Se puso a la cabeza del lote a mitad de carrera. Mostró siempre el camino a su compañero de viaje el Tunecino Rhadi, un fondista de clara estatura atlética. No le permitió que jamás lo reemplazara en el comando del lote. Y después, cuando comprendió que el fulgor de las antorchas y las lámparas estaban esperándolo en la línea de llegada, inicio el embalaje final que le valió el glorioso triunfo. No cayó en tierra como el famoso Filípides. Tampoco se sintió mal. Tan solo quería seguir corriendo corriendo, corriendo……
Estoy emocionado hasta lo increíble con la victoria de este negro. Se la ha merecido, por su carrera sin respiros y sin vacilaciones. Y, sobre todo, sin testigos de ninguna clase, pues sus rivales lo vieron siempre a lo lejos, muy por delante de ellos.
Estoy emocionado porque esta Maratón me devuelve el sentido de muchas cosas que trae consigo el deporte y que cada vez se vuelven más desentrañables. Se me ocurre que, para darle su dimensión exacta a la hazaña de Abebe, debería releer alguna sátira de Juvenal, el único poeta de la romanidad que habría logrado escribir la apología justa para la empresa de Etiope.
Lo hicieron partir del Campidoglio. Lo llevaron a paso de carrera por toda la Vía Appia Antigua. Le mostraron la tumba de Cecilia Metella. Le permitieron echar una rápida ojeada al Obelisco de Axum. Entrevió las termas de Caracalla, donde su Padre Amonastro y su Hermana Aída, salidos de la entraña de la opera de Verdi, lo esperaban para saludarlo reverente. Le extendieron debajo de sus pies descalzos el asfalto de la Vía de los Triunfos. Lo hicieron pasar debajo del Arco de Constantino. En suma el etiope ha podido mirar durante dos horas, casi a toda marcha, un libro de historia que se prolongo por más de cuarenta kilómetros.
Fue un espectáculo inolvidable. Por la multitud, las luces, las antorchas, el entusiasmo, el orden, la disciplina. El pueblo Romano envolvió a la Maratón con el manto de la apoteosis. Cada corredor, desde el primero hasta el ultimo, recibió de la generosa multitud desplegada a los costados del recorrido un aplauso que era delirante para los vanguardistas y conmovido para los que venían mas rezagados. El otro espectáculo fue la empresa del Etíope. Con sus piernas largas y firmes. Las mismas que debió tener el jovencito del que habla Kipling, aquel que creció en la jungla, criado por los lobos. Bikila devoro los kilómetros con una velocidad que le alcanzo para pulverizar todos los records precedentes, aun teniendo en cuenta que la Maratón, por sus trazados cambiantes, no tolera records mundiales oficiales. Y la ganó de punta a punta sin dignarse siquiera echar una mira a sus espaldas, al menos para enterarse de quienes venían atrás.
Lo de Abebe Bikila no es solo un triunfo Olímpico: es un hazaña que ya ha entrado en la historia.

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